¡Ay, Facebook, querido dinosaurio digital! Es como esa tía que sigue poniendo la misma foto de perfil desde 2012 y no entiende por qué nadie comenta sus publicaciones sobre "saludos de buenos días". Lo cierto es que Facebook se ha convertido en un cementerio virtual, y no solo porque haya cuentas de gente que literalmente ya no está entre nosotros, sino porque las pocas almas que deambulan allí lo hacen más por costumbre que por convicción.

El cambio de nombre a Meta fue como intentar vender un Fiat 600 pintándolo de Ferrari: el carro sigue igual de viejo, pero ahora le llamas "metaverso". ¿Y ese metaverso? Un proyecto fallido donde hasta los avatares de Mark Zuckerberg parecían estar atrapados en una crisis existencial. La compañía apostó por la inteligencia artificial, como si ponerle un motor nuevo al Titanic pudiese salvarlo de chocar con el iceberg de la indiferencia generacional.

La estrategia actual de Meta es clara: ordeñar a la vaca hasta que dé la última gota, y después, si se muere, pues "que en paz descanse". Mientras tanto, los usuarios se debaten entre olvidarse de que tienen cuenta allí o enfrentarse a algoritmos absurdos que confunden a un académico con un spammer profesional. ¡Como para darles el Premio Nobel de la Torpeza Digital!